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OPINIÓN: La revolución de Milei, los rostros del populismo y los dilemas de Kicillof

El presidente aspira a ratificar su liderazgo en las elecciones de 2027, con el decisivo apoyo de la Casa Blanca, y parece haber llegado a la conclusión de que el mejor camino para lograr los objetivos propuestos es la endogamia, esto es la confirmación de su núcleo principal.

Dos definiciones de dos protagonistas centrales del Gobierno dan pistas para comprender el pensamiento que impregna esta experiencia libertaria. La primera es bien populista y la hizo Javier Milei en Miami frente a un auditorio muy adicto. Refiriéndose a las elecciones legislativas ganadas, el Presidente afirmó que él tenía más consenso en la sociedad que consenso político.

La segunda definición fue del ministro Federico Sturzenegger, quien en otro tiempo se ofreció como funcionario de la Alianza entre De la Rúa y Chacho Alvarez, y que ahora juega a ser el enfant terrible de la administración. En un salón del lujoso hotel Ritz Mandarín de Madrid (1.012 euros la noche, precio de ayer garantizado en la Web), frente a empresarios españoles, hizo un aventurado paralelo entre la Argentina y la Francia de 1779. En ese parangón, el peronismo sería Luis XVI (el último rey con poderes absolutos) por su conservadurismo; los sindicatos (la CGT) serían la Iglesia de entonces; los empresarios prebendarios o cortesanos, la AEA, serían los terratenientes. Milei, en su relato, representaría la Revolución Francesa (de la derecha, debería haber agregado) frente al status quo. No se sabe si Sturzeneger se reserva el papel de Robespierre en ese proceso revolucionario. Sin mencionar a la guillotina, a la que mentó Milei alguna vez dándole a su hermana el privilegio de hacerla funcionar, la motosierra viene a ser su sucedáneo para terminar con los privilegios y achicar al Estado. Para seguir la ironía del ministro, a la que es tan afecto, es como si en 1983, la Argentina en vez de restituir la democracia usurpada por los militares hubiera instituido una monarquía.

Milei siente que su conexión es con la sociedad, no con la “casta” política que le niega consenso y por lo tanto merece ser descalificada. Sturzenegger refuerza ese objetivo, alimentando la idea revolucionaria de la demolición en nombre de la libertad.

Paradójicamente, vuelve la idea de que el Congreso, con los nuevos legisladores oficialistas incorporados, votará ahora sí sin problemas las iniciativas del Poder Ejecutivo. El concepto de escribanía, tan caro al kirchnerismo, está insepulto.

Cristina también sostenía que su vínculo con el pueblo era directo, sin mediaciones, en sus exposiciones de narcisismo político que protagonizaba casi diariamente desde la Casa Rosada.

Los rostros del populismo, de una vereda u otra, siguen exhibiéndose. Para más evidencia, tanto unos como otros se reconocen en las mismas fuentes de doctrina, como el filósofo alemán Carl Schmitt, en el que se inspira por izquierda Ernesto Laclau, influencer de Cristina, y por derecha Antonio Laje, uno de los númenes de Milei.

Milei aspira a ratificar su liderazgo en las elecciones presidenciales de 2027, con el decisivo apoyo de la Casa Blanca, y parece haber llegado a la conclusión de que el mejor camino para lograr los objetivos propuestos es la endogamia, esto es la confirmación de su núcleo principal. El triunfo interno de Karina Milei desbarató cualquier otra maniobra y demostró que en el terreno del poder presidencial es imbatible. Santiago Caputo lo sabe ahora más que nunca, aunque, como dice el tango, la ambición no descansa.

La aparición de Diego Santilli en el Ministerio del Interior es interesante. Un ex peronista, ex PRO, ahora libertario con aspiraciones, es presentado como el negociador político del Gobierno. Se cumpliría así con una de las supuestas condiciones que puso EE.UU. para asegurar que el país no entre en default: abrir el Gabinete. La elección de Santilli puede ser un espejismo de ese objetivo. Fue, por supuesto, una respuesta directa a la “decepción” de Mauricio Macri, desairado en Olivos por Milei al descabezar a Francos, y por el desguace del PRO. Seguro que el ex segundo de Rodríguez Larreta no le pidió permiso a Macri para entrar en el Gabinete. Ya había abandonado el partido del ex presidente, quien observa cómo se está adelgazando su representación legislativa. Esa anemia también afecta a Cristian Ritondo, que esperaba reemplazar a Martín Menem al frente de la Cámara de Diputados. No ocurrirá.

La pregunta es: ¿cómo hará el macrismo para resistir en la Ciudad, si es que intenta resistir, la embestida libertaria con Bullrich a la cabeza? ¿Es cierto que Daniel Angelici está tratando de suturar las heridas entre Macri y Rodríguez Larreta?

Por ahora lejos de esos problemas, Santilli tiene que asegurar los votos para el Presupuesto con las distintas tribus del Interior. Escaldados, los gobernadores se prestarán al diálogo y no pondrán obstáculos, pero exigirán las efectividades conducentes, como diría Hipólito Yrigoyen. Las promesas que no pudo concretar Francos siguen vigentes y los gobernadores, con buenos modales, esperarán los aportes adeudados antes de comprometer los votos.

Tampoco se puede agitar siempre el fantasma peronista. Suficiente con la carga corrosiva semanal que tendrán los justicialistas con el juicio por Cuadernos en el que se ventila un sistema de corrupción durante el gobierno kirchnerista. Quizá por eso Cristina la denomina “la década ganada”. Ese martilleo no es un estímulo propicio para la recuperación de la credibilidad política, aunque ya se sabe que negar la corrupción evidente y culpar a otros por conductas propias, es ya un clásico de Cristina y los suyos.

Entre los múltiples problemas que tiene Kicillof, está la prácticamente desaparición de la oposición conocida y la aparición de otro tipo de oposición elegida ahora. El gobernador debe negociar una serie de cuestiones, entre ellas el endeudamiento y muchos cargos en organismos de control, con sectores en retirada que, quizá como reflejo de despedida, han aumentado sus condiciones para respaldar las iniciativas urgentes de Kicillof antes del fin del mandato, el 10 de diciembre. Un oneroso adiós, al parecer.

El otro problema del gobernador es qué hacer con Máximo Kirchner en el PJ bonaerense. Los intendentes están cada vez más convencidos de que debe haber una renovación pero chocan con Cristina, que quiere su hijo siga en carrera. El kirchnerismo invoca un compromiso de Kicillof con Cristina sobre la permanencia de Máximo en el partido, pero los intendentes, ahora, desconocen ese pacto. El ex ministro de Economía busca una tangente para escapar de la encerrona, sin pelearse definitivamente con Cristina ni desairar a sus intendentes.

Con esa pelea irresuelta, Macri disminuido y el radicalismo en estado de coma, Milei tiene una oportunidad de avanzar.

La CGT le mostró un rostro amable y hasta favorable a una suave reforma laboral, que no parece afectar los pilares fundamentales del poder sindical.

La economía parece más ordenada con un dólar que seguirá entre bandas, sin flotación libre como quiere el Tesoro americano, pero con un piso más alto y también con un techo subiendo con mayor velocidad. El gran riesgo preelectoral, que salvó el Tesoro de EE.UU. y el miedo del cimbronazo de la elección perdida de septiembre, ha sido reemplazado por un repentino optimismo.

Los problemas, sin embargo, siguen allí como células dormidas que pueden despertar de pronto y hacer que esa sociedad que Milei siente que le da su consenso muestre de nuevo su cara de fastidio y malestar por la situación económica que está viviendo.

Clarín/Ricardo Kirschbaum

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