Aquiles, Falopio, Broca: las historias ocultas de poder detrás de los nombres de las partes del cuerpo humano
Escondido en tu cuerpo hay un homenaje a un anatomista italiano que murió hace mucho tiempo, y no es el único. Todos llevamos los nombres de desconocidos grabados en nuestros huesos, cerebros y órganos.
Algunos de estos nombres suenan míticos. El tendón de Aquiles, la banda situada en la parte posterior del tobillo, rinde homenaje a un héroe griego que murió por una flecha en su punto débil.
La nuez de Adán alude a la mordedura de la fruta prohibida en la Biblia.
Pero la mayoría de estos nombres no son mitos. Pertenecen a personas reales, en su mayoría anatomistas europeos de hace siglos, cuyo legado perdura cada vez que alguien abre un libro de medicina.
Se llaman epónimos: estructuras anatómicas que llevan el nombre de personas en lugar de ser descritas por lo que realmente son.
Tomemos como ejemplo las trompas de Falopio. Estos pequeños conductos entre los ovarios y el útero fueron descritos en 1561 por Gabriele Falloppio, un anatomista italiano fascinado por los tubos, quien también dio su nombre al conducto de Falopio en el oído.
Fuente de la imagen, Getty Images. Gabriele Falloppio (1523-1562) fue un anatomista y cirujano italiano que describió las trompas de Falopio en su obra Observationes Anatomicae de 1561.
O el área de Broca, llamada así en honor a Paul Broca, el médico francés del siglo XIX que relacionó una región del lóbulo frontal izquierdo con la producción del habla.
Si alguna vez has estudiado psicología o conoces a alguien que haya sufrido un derrame cerebral, probablemente hayas oído hablar de ella.
Luego está la trompa de Eustaquio, ese pequeño conducto que se abre al bostezar en un avión.
Recibe su nombre de Bartolomeo Eustachi, médico del Papa en el siglo XVI.
Todos estos hombres han dejado su huella en nuestra anatomía, no físicamente, sino en el lenguaje.
¿Por qué hemos conservado estos nombres durante siglos? Porque los epónimos son más que simples curiosidades médicas.
Están intrínsecamente ligados a la cultura de la anatomía.
Generaciones de estudiantes los han repetido en las aulas y los han anotado en sus apuntes. Los cirujanos los mencionan durante las operaciones como si hablaran de viejos amigos.
Son cortos, concisos y familiares. Decir «área de Broca» solo lleva dos segundos. Su alternativa descriptiva, «giro frontal inferior posterior», suena como recitar un conjuro.
En entornos clínicos ajetreados, la brevedad suele ser fundamental.
Los epónimos también vienen acompañados de historias, lo que los hace memorables.
Los estudiantes recuerdan a Falloppio porque suena como un músico del Renacimiento. Recuerdan a Aquiles porque saben dónde apuntar la flecha.
En un campo que a veces parece un muro de términos latinos, una historia humana se convierte en un valioso recurso.
Fuente de la imagen, Getty Images. El tendón de Aquiles recibió su nombre en 1693 en honor al héroe griego Aquiles.
El lado oscuro
Y, por supuesto, está la tradición. El lenguaje médico se basa en siglos de conocimiento académico. Para muchos, eliminar los epónimos sería como derribar la historia misma.
Pero esta fascinación lingüística tiene un lado oscuro. A pesar de su encanto, los epónimos a menudo no cumplen su propósito principal.
Rara vez explican qué es una estructura o qué función tiene. «Trompa de Falopio» no da ninguna pista sobre su función o ubicación. «Trompa uterina» sí.
Los epónimos también reflejan una visión sesgada de la historia.
La mayoría se originaron durante el Renacimiento europeo, una época en la que el «descubrimiento» anatómico a menudo significaba apropiarse de conocimientos que ya existían en otros lugares.
Las personas a las que se honra son, en su inmensa mayoría, hombres blancos europeos.
Las contribuciones de las mujeres, los académicos no europeos y los sistemas de conocimiento indígenas son prácticamente invisibles en este lenguaje.
Luego está la verdad realmente incómoda: algunos epónimos honran a personas con pasados atroces.
El «síndrome de Reiter», por ejemplo, recibió su nombre de Hans Reiter, un médico nazi que realizó experimentos brutales con prisioneros en Buchenwald.
Hoy en día, la comunidad médica utiliza el término neutro «artritis reactiva», un pequeño pero significativo gesto de rechazo a honrar a alguien que causó tanto daño.
Cada epónimo es un pequeño monumento. Algunos son pintorescos e históricos. Otros son monumentos que preferiríamos no seguir venerando.
Los nombres descriptivos, en cambio, son simplemente lógicos. Son claros, universales y útiles. No es necesario memorizar quién descubrió algo, solo dónde está y qué función tiene.
Si oyes «mucosa nasal», sabes inmediatamente que está dentro de la nariz. Pídele a alguien que localice la «membrana de Schneider», y probablemente obtendrás una mirada de desconcierto.
Fuente de la imagen, Getty Images, El área de Broca fue llamada así en honor a Paul Broca, el médico francés del siglo XIX
¿Qué hacer con ellos?
Los términos descriptivos son más fáciles de traducir, estandarizar y buscar. Hacen que la anatomía sea más accesible para estudiantes, médicos y el público en general. Y lo que es más importante, no glorifican a nadie.
Entonces, ¿qué debemos hacer con todos estos nombres antiguos?
Existe un movimiento creciente para eliminar gradualmente los epónimos, o al menos para utilizarlos junto con los términos descriptivos.
La Federación Internacional de Asociaciones de Anatomistas (IFAA) fomenta el uso de términos descriptivos en la enseñanza y la escritura, con los epónimos entre paréntesis.
Esto no significa que debamos quemar los libros de historia. Significa añadir contexto.
Podemos enseñar la historia de Paul Broca reconociendo al mismo tiempo el sesgo inherente a las tradiciones de nomenclatura.
Podemos recordar a Hans Reiter no asociando su nombre a una enfermedad, sino como una lección que nos sirva de advertencia.
Este enfoque dual nos permite preservar la historia sin que esta dicte el futuro. Hace que la anatomía sea más clara, justa y honesta.
El lenguaje de la anatomía no es solo jerga académica. Es un mapa de poder, memoria y legado inscrito en nuestra propia carne.
Cada vez que un médico dice «trompa de Eustaquio», evoca el siglo XVI. Cada vez que un estudiante aprende «trompa uterina», busca claridad e inclusión.
Quizás el futuro de la anatomía no consista en borrar los nombres antiguos, sino en comprender las historias que conllevan y decidir cuáles vale la pena conservar.
* Lucy E. Hyde es catedrática de anatomía de la Universidad de Bristol. Este artículo apareció en The Conversation. Puedes leer la versión original en inglés aquí.
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