Un estudio revela qué les pasa a los menores de 13 años cuando se sobreexponen a los celulares

¿Qué pasa con la salud mental de los niños cuando se sobreexponen al uso de teléfono celular y redes sociales antes de los 13 años?

Un estudio reciente publicado en la revista académica Journal of Human Development and Capabilities, sugiere que los niños menores de 13 años no deberían tener smartphones, ya que su uso temprano se asocia con un mayor riesgo de mala salud mental en la edad adulta, como pensamientos suicidas, baja autoestima y problemas de estabilidad emocional.

La investigación atribuye el 40% de estos efectos a la exposición a las redes sociales y menciona también el impacto negativo en el sueño y hasta ciberacoso.

LA NACION conversó con distintos especialistas sobre los riesgos del uso temprano del celular y el rol adulto como mediador entre los niños y la tecnología; también consultó sobre herramientas y posibles enfoques que nos permitan pensar cómo incluir a los menores en el entorno digital de una manera adecuada y segura.

“El cerebro de un niño y de un preadolescente no está preparado para procesar la sobre estimulación digital a la que se accede de manera más rápida cuando se tiene un smartphone, ya que es un órgano todavía muy sensible a las influencias externas ya que no tiene las herramientas para procesar la sobre estimulación digital de la misma manera que un cerebro adulto”, dice a LA NACION Florencia Alfie, psicóloga experta en adolescencia.

Las pantallas, con sus scrolleos de imágenes permanente y gratificaciones inmediatas, “pueden entrenar al cerebro para que espere solo ese tipo de estímulos, dificultando que presten atención a actividades más lentas y menos estimulantes, como leer un libro o escuchar una clase”, advierte.

Y continúa: “La mayor parte del aprendizaje social y emocional de un niño ocurre a través de interacciones cara a cara. Con la sobreexposición a pantallas se puede reducir el tiempo dedicado a este tipo de vínculos, afectando el desarrollo de habilidades como la empatía y la resolución de conflictos, además de provocar mayor irritabilidad, problemas para dormir y dificultades en la concentración”.

Los celulares no se recomiendan para menores de 13 años
Los celulares no se recomiendan para menores de 13 años

En este sentido, a Santiago Stura, coordinador de Comunicación Institucional de Faro Digital, le preocupan los números del último informe de UNICEF y UNESCO, que indican el 95% de niños, niñas y adolescentes en la Argentina tiene un celular con acceso a internet.

El estudio que menciona se denomina “Kids Online Argentina” (2025) y reveló que, en la Argentina, el 83% de los niños de 9 a 11 años ya tiene su primer celular antes de los 10 años, con una edad promedio de inicio a los 9,6 años. Este acceso temprano expone a los menores a riesgos online, ya que solo un 60% sabe distinguir información confiable y un 38% ha recibido educación sobre seguridad en internet. Entre las vulnerabilidades a las que se exponen los menores según esta investigación, se indica el acceso a contenidos inapropiados como publicaciones sobre cómo adelgazar (67%), ganar dinero fácil (64%) y material sobre autolesiones y suicidio (31% y 27%). Solo el 60% de los menores puede diferenciar un sitio confiable de uno falso, y el 38% ha tenido charlas escolares sobre uso seguro de internet.

Frente a plataformas que proponen una incorporación cada vez más temprana y acelerada, Stura entiende que “la intervención del mundo adulto es fundamental no solo para cuidar y controlar el material que se consume en la infancia, sino también para construir hábitos y prácticas que tiendan a demorar esa aceleración que proponen los territorios digitales”. Al mismo tiempo, entiende que “hay que construir puentes de conversación intergeneracional para construir consensos y adquirir nuevas estrategias de cuidado desde la perspectiva de la ciudadanía digital”.

Salir de la grieta

“El uso de los entornos digitales que hacen las infancias y adolescencias (y el propio mundo adulto), tiene que salir de la dicotomía entre la mirada que celebra una integración del modo que sea, y las miradas que tienen una visión apocalíptica en el vínculo con las pantallas”, destaca el referente de Faro Digital.

En este sentido, propone una “tercera posición”, orientada a la construcción de “una ciudadanía digital desde una mirada con pensamiento crítico, que permita diseñar herramientas de crianza y construir nuevos consensos con parámetros reales, pero sin miedo a poner límites”.

En sintonía, Ornella Benedetti, psicoanalista, autora de Imperfectos y cofundadora de RedPsi, recuerda que aquello que se prohíbe genera más deseo. “El problema no es el teléfono, sino el modo de uso y el momento en que entra en la vida de un niño. Si aparece demasiado temprano puede ocupar espacios que deberían estar destinados al juego, al aburrimiento creativo y al encuentro con otros, porque la pantalla demanda sin pausa y los chicos todavía no tienen recursos psíquicos para ponerle un límite. Eso puede traducirse en sueño alterado, irritabilidad o aislamiento”.

En muchos casos, la tecnología funciona como vía de escape frente a situaciones intolerables en casa
En muchos casos, la tecnología funciona como vía de escape frente a situaciones intolerables en casaAndrei Popov

“En muchos casos, la tecnología también funciona como vía de escape frente a situaciones intolerables en casa: discusiones constantes, falta de atención, violencia o soledad. Pero el dispositivo no es la causa única del malestar; a veces aparece como síntoma o refugio frente a un entorno hostil. Por eso, es importante observar que es aquello que el niño intenta tramitar a través del teléfono, acompañado de una presencia que pueda observar sin negar lo que pasa”, agrega.

Alfie coincide, y resalta que “cuando las pantallas se utilizan para escapar de emociones difíciles, los niños pueden dejar de aprender a desarrollar estrategias efectivas para identificar, comprender y gestionar sus propias emociones en el mundo real”.

A su vez, entiende que “las plataformas digitales suelen ofrecer gratificaciones rápidas y cambios constantes de estímulo, y esto puede hacer que los niños desarrollen una menor tolerancia a actividades que requieren paciencia y concentración prolongada, como completar una tarea o leer un cuento, y que encuentren mayores dificultades para lidiar con la frustración cuando las cosas no salen como esperaban”.

Otro punto que destaca la psicóloga es la falta de matices que se mantiene en la comunicación digital: carece de lenguaje corporal, de expresiones y tono de voz, quitándoles la posibilidad de aprender a interpretar todas estas señales en persona, lo que es fundamental para la empatía y la comprensión social.

En busca del equilibrio

“Los chicos tienen derecho a ser parte del mundo digital, pero también necesitan que alguien los acompañe en ese recorrido con límites claros y accesos graduales”, observa Benedetti.

“A muchos padres les cuesta y terminan en el exceso de control o en la ausencia total, y es entendible, no es fácil ser padres en esta época de tantos cambios y excesos. Cunado hay prohibición absoluta suele ser contraproducente ya que despierta más deseo. El verdadero problema son los extremos y quizás lo que necesitamos es más simple: presencia, diálogo y condiciones para que lo digital forme parte de la vida de los chicos sin transformarse en una amenaza”, detalla.

“Los menores no deberían crecer solos frente a la pantalla (sin supervisión), y mucho menos, que el dispositivo se convierta en un sustituto del adulto, quien debería ser quien los ayude a calmarse y a dormir, por ejemplo”. A su vez, resalta la importancia de cuidar ciertos momentos, como es el encuentro en la cena o la hora de ir a dormir, para habilitar la posibilidad de un lazo que quede afuera de la lógica del scroll y de la inmediatez.

“También se valoran las experiencias por fuera del celular: jugar, leer, encontrarse con otros, aburrirse, y así desarrollar la capacidad de estar consigo mismo sin necesitar un estímulo permanente”, agrega la cofundadora de RedPsi.

¿Uso recreativo o problemático?

Hay un uso normal y recreativo cuando la tecnología “se utiliza como una herramienta de disfrute, relajación, o satisfacción, aprendizaje o conexión, pero no interfiere significativamente con otras áreas importantes de la vida. Cuando el niño puede decidir cuándo empezar y cuándo parar, y cumple con esos límites autoimpuestos”, identifica Alfie.

Para Benedetti, en tanto, es crucial que la tecnología se integre a la vida “sin devorarlo todo”, es decir, que lo haga “sin interrumpir el descanso ni generar problemas en la escuela ni en los vínculos”. También considera central que, en vez de vigilar o controlar a sus hijos, los adultos se muestren disponibles para acompañar lo que los chicos ven, sienten y sufren en ese universo digital”.

Por último, en relación al uso problemático, Alfie resalta que hay que estar “muy atentos” cuando “desplaza otras actividades o responsabilidades del mundo infantil (hacer la tarea, por ejemplo), cuando prefieren pasar tiempo en línea que, con amigos o familiares en persona, o si aparece la falta de sueño y hay cambios drásticos en los hábitos alimenticios, falta de ejercicio, o incluso problemas de higiene. También cuando se pone de mal humor, se irrita o se sienten ansiosos si no puede acceder a la tecnología. Y una de las peores, cuando la tecnología se convierte en una forma de evadir problemas, estrés, o emociones negativas, en lugar de enfrentarlos”.

Para La Nación, Laura Gambale

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